Dicen que Newton
descubrió la ley de la gravedad al caerle una manzana en la cabeza, y que el
que inventó la locomotora, estaba contemplando una tetera, pero yo no, la gran
idea se me ocurrió sentada en el autobús.
El otro día, como de
costumbre, volvía de la biblioteca del Retiro en el 27 cuando me di cuenta de
lo estúpido que es pensar estupideces. Puede parecer algo obvio, pero realmente
es alucinante la cantidad de tiempo que gastamos pensando tonterías. Lo que me
sorprendió fue darme cuenta más tarde de que, a pesar de lo estúpido que fuera,
me encantaba, y no lo cambiaría por nada.
Hay gente que puede
dejar la mente en blanco (O eso dicen). Otros, piensan tonterías. Y unos
terceros, piensan tantas tonterías que ni se enteran de lo que tienen en la
cabeza. O lo que no tienen. A veces, cuando el nivel de idioteces alcanza
límites insospechados, en vez de tratar de explotar la cabeza de terceros, suspiramos
resignados “Aún nos queda la música”. Y benditos auriculares, y benditas notas,
capaces de sellar nuestros pensamientos y contener las emociones.
Porque sí, nunca lo
dejaré de pensar, Guille Milkyway tenía razón, y es que; Lo mejor de todo es
que al final, siempre hay una canción. Y ¡Ay de nosotros si llega el día que
anunciaba McLean!
Something touch me deep inside,
the day,
the music died.
Hace ya tiempo un
buen amigo me pidió consejo para conquistar a cierta niña mona. Lo que le
contesté, sin darle muchas vueltas, fue que viera una película. “Holly… La vida
no es como una película”. Y a día de hoy, unos cinco o seis años más tarde,
sigo discrepando. Porque, ¿Qué son las películas si no un pálido reflejo de la
realidad? Si en muchas ocasiones la
realidad superaba a la ficción, ¿Por qué no iba a ser esta como una película?
Quizá soy demasiado
romántica. O a lo mejor bastante idiota. (Probablemente más de lo segundo).
Pero como dicen, sólo hay dos maneras de ser feliz en esta vida. Una es hacerse
el idiota, y la otra, serlo.
La vida es una gran película,
una súper producción, de indecente presupuesto y enormes dimensiones. Como los
clásicos de la época dorada del viejo Hollywood. Con su propia banda sonora. Muchos
personajes, complicada trama. El protagonista, aunque suene un poco narcisista
decirlo, es siempre uno mismo. En los largometrajes antiguos algunos personajes
tenían su propia melodía. En la vida real, muchos también la tienen. Los
secundarios van y vienen. Y puede que el protagonista sea uno mismo, pero sin
estos, y sin sus canciones, el resultado no tendría el mismo sentido. Es verdad
que cuando los secundarios vuelven al backstage, no existe el interruptor del que
hablaba Ted Mosby. Pero, aah, siempre nos quedará el botón de pause.
A lo largo de la cinta las canciones irán cambiando, pero de alguna manera, será la unión de todas ellas lo que haga el video tan genial. Y es que, queridos amigos, ¿Qué es una película sin banda sonora?, ¿Qué sería de Casablanca sin As Time Goes By? ¿O del Padrino sin su melodía? Una película sin música es como un café sin cigarrillo, como Billy Wilder sin Jack Lemmon, como una cerveza sin alcohol. No está mal, pero requiere empeño.
Es curioso cómo las
notas de una misma canción pueden sonar en unas ocasiones tan tristes y en
otras tan alegres. Hace poco me contaron que si mientras estabas embarazada
escuchabas algo, el bebé recordaría en su subconsciente la melodía para
siempre, asociándola con el ánimo que tú tenías en ese momento. Y es que,
efectivamente, a nada se pegan mejor los recuerdos que a las notas de una
canción. También pueden grabarse en un olor, unas palabras o un gesto, pero con
la música... Con la música es un cuento aparte. Cuando oyes una canción que
solías escuchar en un determinado momento de tu vida de alguna manera vuelves a
él, sientes lo que sentías, de pronto se te saltan las lágrimas, o desaparecen
los problemas. Puede haber quien no lo entienda, porque la música no basta con
escucharla, hay que saber escucharla.
Mi banda sonora es
una mezcla de canciones bastante aleatoria. Mejores y peores, más o menos
guays. Desde el viejo Dylan hasta los Jonas Brothers. Lo sé, lo sé, es bastante
pecado juntar a ambos en la misma frase, pero las cosas como son. Y sí, era
bastante fan. Y mis amigas y yo (aunque lo nieguen tres veces antes de que cante
el gallo) estábamos bastante colgadas. Hasta les vimos en concierto.
Pero estaba pensando
que si tuviera que elegir una canción entre todas, la del recuerdo más fuerte,
supongo que diría una de Red Hot Chili Peppers. Y, por mucho tiempo que pase,
por muchos años y muchas lluvias que hayan caído, se me seguirá poniendo la
carne de gallina y un escalofrío recorrerá mi espalda al escuchar el punteo del
comienzo de Tell me baby. Porque en
la vida hay temporadas que marcan, y esas temporadas, tienen música de fondo.
Al final, las
canciones quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán, la vida
sigue igual.