They are not long, the days of wine and roses,
Out of a misty dream
Our path emerges for a while, then closes
Within a dream.Ernest Dowson
Erase una vez, en una gran ciudad llamada
Madrid, una estudiante que se enamoró. Ella era joven e inexperta y todavía
creía en las historias de amor que le contaban de niña. Mientras paseaba, con
un chocolate caliente en sus manos enguantadas, soñaba con el día en que por
fin él se declarase y le confesase estar enamorado. “Porque no quiero conocer a
nadie más. A nadie”. Le gustaban los “Felices para siempre”. Estaba segura de
que Jo March volvería con Laurie en una supuesta segunda parte de Little Women. Y Rick Blaine con Ilsa
Lund, porque siempre les quedará París. Y
Barbra Streisand con Robert Redford en The
way we were. Porque no, Hubbel, tu chica no es encantadora. La encantadora es
K-K-K-Katy. Pero por encima de todo, creía que Rhet Butler
volvería con Escarlata O´Hara. Porque sí. “Francamente, querida, eso sí le
importaba.”
Nadie le había dicho
que
los cuentos,
no
eran más que eso,
cuentos.
Y
digo yo, ¿Qué tendrá de malo que lo sean?
Febrero en la ciudad puede ser un mes frio,
pero no demasiado. Un sí pero no. A medio camino entre invierno y primavera. El
mes de las medias tintas. La verdad, nunca he sido muy fan de febrero. Es
curioso que a algún iluminado se le ocurriese meter en este mes, así sin mucho
sentido, un día para los enamorados. Habría sido mucho más sensato incluirlo en
Marzo. O en Septiembre, con las hojas secas alfombrando el suelo. O en Abril. O
en Mayo. En fin, que cualquier otro mes del año tendría bastante más pinta de
romántico que Febrero. Pero supongo que quién lo pensó solamente buscaba alguna
excusa para paliar los estragos de la conocida cuesta de Enero. Y así, de golpe
y porrazo, decidió que sus víctimas serían los enamorados. Y tan contento,
oiga. Y vaya blanco fácil. Enamorados.
Una vez conocí a alguien que definió en tres palabras eso de estar enamorado. “Estado de imbecilidad transitoria”. Y, es que, ¿Qué es el enamoramiento sino la mayor estupidez del mundo en que, sin embargo, todos caemos? Aaah sí. No me miren así señores. No me he confundido. He dicho todos. Aquí no hay distinciones. Yo no hablo solo de las afortunadas parejas que se quieren recíprocamente. Me refiero a ellos, y a todos los demás. Todos, alguna vez, nos hemos enamorado, o nos enamoraremos. Aunque sea de una cara.
Aquí no hay reglas. Porque las reglas, son deber. Y el amor es la
muerte del deber. Y del sentido común. Pero, como dijo el gran E, ¿Qué es el
sentido común sino un depósito de prejuicios guardados en la mente antes de
cumplir los 18?
No sé si alguno de ustedes habrá soñado alguna vez con estar
enamorado. El mejor sueño que puede tenerse. ¿Volar? Ríanse. Nada comparado con
soñar enamorarse. Salir de la cama con la sensación de que todo es perfecto.
Encontrarse en el Yesterday que cantaban Los Beatles. All my troubles seemed so
far away. Salir a la calle, café caliente recién hecho bajando por la garganta
y cigarro en mano, silbando Daydream de The Lovin´ Spoonful. Sí, señores. La
mejor sensación del mundo.
Signos puede haber incontables, pero, para mí, uno en concreto es más
significativo que todos los demás juntos. Y es que yo soy un poco políticamente
incorrecta. Me gustan mucho los muchos. Si me gusta algo, me ENCANTA. Si es
alguien, me CASO. Si salgo, es hasta la madrugada. Si bebo, bebo bien. Y no con
Ron Almirante. Si fumo, la cajeta entera. Si me enfado, arde Troya. Pero, por
encima de todo, si hay un mucho que supera a los anteriores, es el de la
comida. Y es que, qué bueno es comer, tres veces al día (O cuatro. O cinco. O
las que haga falta). Ya adelgazaremos en la otra vida. Y si tengo alguna
lucecita roja que me avise de que me estoy enamorando, es la que me roba las
ganas de comer. Y que se me quite el hambre a mí… No es tontería.
Recuerdo la primera vez, hace siete (O seis) años. Se dice pronto. ¿La
culpable? Una sudadera verde, que no me dejó comer mi hamburguesa. Era un
viernes, ya no sé de qué mes, una de esas tardes que gastaba con mis amigas en
el cine, paseando o, normalmente, comiendo. Estábamos en el autobús cuando
vimos en la siguiente parada la sudadera verde. Miento. Yo no la vi, porque
estoy algo ciega. Fue mi amiga la que me lo dijo. “Holly, está en la parada.
Es… El sujeto. Lleva una sudadera verde”. Y los saltamontes montaron una fiesta
en mi estómago. Y taquicardia. ¿Y qué hice yo? Sacar mi pobre iPod Nano y
enchufarle un casco a la que tenía más cerca. Y gritarle, a un tono histérico
demasiado alto “¿Qué canción quieres escuchar?” Porque, que se entere el
autobús, yo estoy muy concentrada en mi música y no me entero de quién baja. Ni
sube. Y ¡hala! Cabeza bajo el asiento de delante, ese moño de tarde de colegio
no podía salir a la luz. Al llegar a nuestra parada arrastré, corriendo, a mis
amigas hasta el semáforo. Fuera de peligro. O eso pensaba. Pobre infeliz.
“Holly, se han bajado detrás”. Y el semáforo, que seguía en rojo. Y los
saltamontes de fiesta. En cuanto apareció la primera puerta del centro
comercial, allí que nos metimos. Y subimos a nuestra planta favorita; la de los
restaurantes. Ya más tranquila yo, pedimos hamburguesas y nos sentamos. Pero en
ese momento, de refilón un reflejo verde, y ahí estaba: El sujeto. Y hola
taquicardia. Y adiós patatas. Bienvenidos saltamontes. Y así fue cómo la
sudadera verde me robó el hambre. Y se quedó mi hamburguesa. Y era un cuarto de
libra. Con queso.
Como les he dicho
antes, por suerte o por desgracia, en este juego la única regla es que no hay
reglas. Es posible por esto que muchas veces nos toquen malas cartas y nos
ocurra como a MacLaine en El Apartamento “Tengo la rara cualidad de enamorarme
de quién no debo, donde no debo y cuando no debo”. Porque en ocasiones, como
decía el padre de La Gran Familia, no es cuestión de ver el vaso medio vacío o medio
lleno. “¿Pesimismo? Yo soy el rey del optimismo pero si al ir a pagar una
cuenta doy optimismo me dicen que no es moneda de curso legal” Sea como fuere,
antes o después todo puede desaparecer aunque lo creamos imposible. Y será
demasiado tarde para actuar. Nos tiraremos de los pelos tratando de
recuperarlo. En vano. Y entonces, sólo nos quedará el recuerdo. Y recordar
puede hacer daño.
Aunque más daño
debe hacer no tener un pasado que poder recordar.
Si alguno de ustedes
se encuentra, como yo, en estado de imbecilidad transitoria, acuérdese de mis
palabras.
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